Es justo reconocer que en las últimas cinco décadas se han hecho importantes avances en lo que tradicionalmente se ha llamado la democratización de los mercados de capitales, eufemismo para hablar de la incorporación del grueso de la población en el mundo de las inversiones financieras.
Como en todos los procesos de democratización, hacen falta reguladores que nivelen el terreno de juego para todos los inversionistas; que protejan a los débiles jurídicos y que eduquen a una población que necesita empoderarse en el manejo de sus recursos en un contexto de volatilidad económica e inestabilidad política.
Los pequeños inversionistas son las cenicientas del mundo de las inversiones de oferta pública. Importante como colectivo, lamentablemente sus menguados recursos son su principal limitación para poder acceder cómodamente a las estrategias de inversión y a los instrumentos financieros a los que tienen acceso sus homólogos institucionales.
Es justo reconocer que en las últimas cinco décadas se han hecho importantes avances en lo que tradicionalmente se ha llamado la democratización de los mercados de capitales, eufemismo para hablar de la incorporación del grueso de la población en el mundo de las inversiones financieras.
El primer paso fue sin duda alguna la reducción de los costos transaccionales asociados a la tenencia de portafolios de inversión, representados por las comisiones de compra y venta de títulos valores y las comisiones por el mantenimiento de cuentas de inversión.
Los desarrollos tecnológicos han permitido a los bancos de inversión manejar grandes volúmenes de clientes y transacciones a costos mínimos, llegando en los últimos años a lo impensable: no cobrar en muchos productos financieros las comisiones de compra y venta de títulos valores.
Hoy en día muchos bancos de inversión ganan dinero por operaciones que sólo son posibles cuando se maneja un volumen importante de transacciones. Entre estos se cuentan los préstamos en las cuentas de margen, el préstamo de acciones a quienes desean irse corto, y las comisiones que pagan los grandes intermediarios financieros (market makers) cuando son escogidos para canalizar a través de ellos la compra y venta de acciones y productos derivados. Es por ello que tales instituciones están dispuestas a cruzar operaciones de forma gratuita solo para capturar el volumen transaccional ya mencionado.
Los cambios regulatorios generados por la Gran Crisis Financiera del 2007-2009 han obligado a los bancos de inversión a desglosar los distintos tipos de comisiones que tradicionalmente cobraban a sus clientes, lo que ha aumentado la competencia entre los intermediarios financieros, quienes han tenido que reducir sus márgenes de beneficios para no perder participación de mercado.
La tecnología también ha permitido reducir las barreras de entradas a los clientes minoristas al hacer posible la compra de fracciones de acciones.
No obstante estos avances, los pequeños inversionistas no viven un cuento de hadas. Si bien es verdad que la pandemia ha sido un catalizador de la apertura de pequeñas cuentas de inversión, también ha dejado al descubierto la principal debilidad de estos inversores: la falta de educación financiera.
En muchos casos los pequeños inversionistas no entienden las características de los productos de inversión que compran y los riesgos implícitos en estos. Son presas fáciles de las modas que ayudan a construir las burbujas financieras y carecen de la disciplina para tomar beneficios y cortar pérdidas en transacciones fallidas.
Como en todos los procesos de democratización, y el de los mercados de capitales no es la excepción, hacen falta reguladores que nivelen el terreno de juego para todos los inversionistas; que protejan a los débiles jurídicos y que eduquen a una población que necesita empoderarse en el manejo de sus recursos en un contexto de volatilidad económica e inestabilidad política.
Los cambios tecnológicos y los regulatorios han despejado un camino importante, viene el momento de la revolución educativa en los temas financieros.
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