Este es el segundo de una serie de dos entregas semanales que se enfocarán en aquellos temas donde Donald Trump y Joseph Biden tienen posiciones similares. Una nueva administración con una mayoría endeble, le permitirá al Presidente Biden mostrar hasta qué punto sus habilidades como negociador funcionarán o no en su nuevo cargo. La columna de esta semana se la dedicaremos a la relación de EE.UU. con la República Popular China.
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El historiador británico Niall Ferguson sostenía, en una entrevista reciente con el diario español El País, que el Presidente Trump será recordado por haber cambiado el curso de la política exterior de su país con respecto a China, la cual hasta el momento venía siguiendo los lineamientos trazados por Richard Nixon y Henry Kissinger a comienzos de la década de los setenta del siglo pasado.
Temas como la protección de EE.UU. a Taiwán, el estatus de Hong Kong como una zona económica especial, las incursiones del gigante asiático en el Mar del Sur de China, las represiones contra la etnia uigur y la violación de los derechos religiosos y humanos de la población del Tíbet seguirán siendo los grandes lunares en la relación entre estas dos naciones.
La Administración Trump ha sido criticada duramente por su falta de foco en su relación con China, que se refleja en el poco interés en fortalecer sus vínculos con sus aliados tradicionales en la región, como son Japón, Corea del Sur, Australia, Tailandia y Filipinas. Estos países requieren mantener una relación fluida con el gigante asiático, dado el volumen de sus vínculos comerciales, pero para mantener cierto grado de independencia dentro de un esquema de cooperación necesitan del apoyo de una potencia económica que haga las veces de estado protector, rol que a los EE.UU. de la era Trump nunca le intereso jugar.
Algunos académicos chinos sospechan que el Presidente Biden tratará a su país más como a un competidor que como a un enemigo, por lo que no esperan cambios sorpresivos en los aranceles comerciales, algo con lo que Trump les amenazaba cada vez que las discusiones se trancaban en la guerra económica sostenida en los últimos dos años. Para los chinos las relaciones con un competidor se enmarcan dentro de un conjunto de reglas que aún deben afinarse. Con los enemigos el trato es muy diferente.
Sin embargo, el acceso de las empresas chinas a las tecnologías de sus socios comerciales estadounidenses; la limitación de la participación de empresas estadounidenses como proveedores de la industria bélica china y su equivalente para las empresas chinas en EE.UU. serán puntos que se tratarán una y otra vez en la medida en que la nueva administración muestre su agenda de trabajo.
La República Popular China tardó 10 días en reconocer el triunfo de Joseph Biden, un poco por temores a represalias de la administración saliente, y otro tanto para jugar el juego de algunos enemigos de EE.UU. que quieren mostrar la renuencia de Trump a reconocer su derrota como un símbolo de la decadencia del sistema político estadounidense.
Con la presencia de Joseph Biden, los chinos esperan que cesen las críticas directas a su sistema de gobierno y a sus dirigentes, críticas a las que D. Trump les tenía acostumbrados, pero que consideraban irracionales y no tenían precedentes, ni siquiera durante la Guerra Fría.
¿Logrará el Presidente Biden que las empresas del sector financiero estadounidense finalmente entren a competir activamente en China Continental? ¿Lograrán los chinos evitar que las empresas estadounidenses los saquen de sus cadenas de suministros para evitar estar excesivamente expuestos a un competidor que a veces parece un enemigo? Estas son las preguntas que tienen que responderse en el nuevo ciclo de relaciones chino-estadounidenses que arranca el próximo 20 de enero de 2021.
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